jueves, 25 de febrero de 2016

In memoriam
Horacio Arango Arango S.J. Un ser esencial




Hay casos en que uno recuerda a alguien por lo que hizo. En otros, por lo que dijo. Y en otros, por lo que fue.

El Padre Horacio Arango Arango, jesuita, será recordado por lo que fue, por lo que dijo y por lo que hizo. Estos son seres esenciales.

Los seres esenciales no son muchos, pero él lo fue. De ahí, el vacío tan profundo que deja en quienes nos cruzamos con él en el camino de la vida en este planeta.

Horacio fue un hombre dedicado a servir al bien común, un hombre que irradió los valores humanos, y que trabajó por ellos tanto en el Centro de Fe y Culturas como en sus otros puestos, pero muy especialmente en el Colegio San Ignacio, de donde se graduó como bachiller en 1965. Baste escuchar sus charlas con sus alumnos y con los padres de familia.

Horacio fue un hombre que siempre buscó la paz y la reconciliación entre todos los colombianos. Fue el fundador del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús, con sede en Bogotá. Era respetuoso de quien pensaba distinto y siempre dejaba a todos reflexionando. Nunca imponía una idea. La exponía con la sencillez que sólo tienen las personas sabias.

Contagiaba su alegría. Disfrutaba de las cosas simples. Era un ser ligero de equipaje. Hincha del Medellín, se reía cuando alguien le hacía una apuesta o le sacaba la bandera del Nacional.

Así como nunca se quitó la camiseta del DIM, tampoco se quitó la camiseta de católico seguidor del Evangelio. Llegaba a Cristo a través de este libro que, dos mil años después, sigue teniendo tal vigencia, que si todos los que nos decimos católicos lo siguiésemos, Colombia no estaría como está.

Era maravilloso verlo rodeado de niños y jugando con ellos, tomándose fotos con ellos disfrazados, felicitando a quienes participaban en Coros y Conjuntos, un programa de San Ignacio para promocionar la música en todos los colegios.

Fue buen hijo, buen hermano, buen tío, buen amigo. Recuerdo alguna velada en la que todos cantaban y Óscar, otro gran amigo y yo, cantábamos con ellos, venciendo la timidez, en mi caso muy personal.

Sabía oír, o mejor escuchar con atención, para luego dar un consejo, si se lo pedían. Cuando recurríamos a él, dejaba que el tiempo pasara mientras le íbamos contando nuestras inquietudes. En esos momentos uno era el centro de su atención. Y luego hablaba sin prisa para que le dijéramos “Hasta luego” con el alma liviana y serena.

Horacio ahora está muy cerca de Dios, y desde ese estado que llamamos Plenitud, será faro para quienes queramos buscar su Luz.

No niego que hará mucha falta porque, como él decía, cada ser es único e irrepetible. Ya no lo veremos reír. Ya no escucharemos su voz terrenal. Ya no lo veremos en profunda meditación y oración.

Pero sabemos que vela por su familia y por todos los amigos que, repito, por bondad de El Señor nos cruzamos con él en esta dimensión espacio-temporal.

AnaMercedes Gómez Martínez

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