In memoriam
Horacio Arango Arango S.J. Un
ser esencial
Hay casos en que uno
recuerda a alguien por lo que hizo. En otros, por lo que dijo. Y en otros, por
lo que fue.
El Padre Horacio Arango
Arango, jesuita, será recordado por lo que fue, por lo que dijo y por lo que
hizo. Estos son seres esenciales.
Los seres esenciales no
son muchos, pero él lo fue. De ahí, el vacío tan profundo que deja en quienes
nos cruzamos con él en el camino de la vida en este planeta.
Horacio fue un hombre
dedicado a servir al bien común, un hombre que irradió los valores humanos, y que
trabajó por ellos tanto en el Centro de Fe y Culturas como en sus otros
puestos, pero muy especialmente en el Colegio San Ignacio, de donde se graduó
como bachiller en 1965. Baste escuchar sus charlas con sus alumnos y con los
padres de familia.
Horacio fue un hombre
que siempre buscó la paz y la reconciliación entre todos los colombianos. Fue
el fundador del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús, con sede en Bogotá.
Era respetuoso de quien pensaba distinto y siempre dejaba a todos
reflexionando. Nunca imponía una idea. La exponía con la sencillez que sólo
tienen las personas sabias.
Contagiaba su alegría.
Disfrutaba de las cosas simples. Era un ser ligero de equipaje. Hincha del
Medellín, se reía cuando alguien le hacía una apuesta o le sacaba la bandera
del Nacional.
Así como nunca se quitó
la camiseta del DIM, tampoco se quitó la camiseta de católico seguidor del
Evangelio. Llegaba a Cristo a través de este libro que, dos mil años después,
sigue teniendo tal vigencia, que si todos los que nos decimos católicos lo
siguiésemos, Colombia no estaría como está.
Era maravilloso verlo
rodeado de niños y jugando con ellos, tomándose fotos con ellos disfrazados,
felicitando a quienes participaban en Coros y Conjuntos, un programa de San
Ignacio para promocionar la música en todos los colegios.
Fue buen hijo, buen
hermano, buen tío, buen amigo. Recuerdo alguna velada en la que todos cantaban
y Óscar, otro gran amigo y yo, cantábamos con ellos, venciendo la timidez, en
mi caso muy personal.
Sabía oír, o mejor
escuchar con atención, para luego dar un consejo, si se lo pedían. Cuando
recurríamos a él, dejaba que el tiempo pasara mientras le íbamos contando
nuestras inquietudes. En esos momentos uno era el centro de su atención. Y
luego hablaba sin prisa para que le dijéramos “Hasta luego” con el alma liviana
y serena.
Horacio ahora está muy
cerca de Dios, y desde ese estado que llamamos Plenitud, será faro para quienes
queramos buscar su Luz.
No niego que hará mucha
falta porque, como él decía, cada ser es único e irrepetible. Ya no lo veremos
reír. Ya no escucharemos su voz terrenal. Ya no lo veremos en profunda
meditación y oración.
Pero sabemos que vela
por su familia y por todos los amigos que, repito, por bondad de El Señor nos
cruzamos con él en esta dimensión espacio-temporal.
AnaMercedes Gómez Martínez
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