jueves, 7 de abril de 2016

La marcha de los cuatro gatos

AnaMercedes Gómez Martínez


Contra viento y marea, el sábado dos de abril marchamos cientos de miles de colombianos para demostrar nuestro descontento con las políticas y ejecutorias del gobierno de Juan Manuel Santos.

Contra viento y marea porque hubo personas cercanas a La Casa de Nariño que, irresponsablemente, nos tildaron de neonazis o de fascistas, sin medir las consecuencias que podía traer semejante sindicación.

Contra viento y marea porque dijeron que la bacrim que se autodenomina “Clan Úsuga” iba a disparar contra quienes marcharan. Debió haber unas pocas personas que por miedo se quedaron en sus casas.

El miedo es respetable. Pero no fue, precisamente, lo que se vio en los cientos de miles que salimos a la calle llenos de patriotismo y deseo de construir un país digno para los niños de hoy y de mañana.

No faltó el senador despistado que dijo que saldrían cuatro gatos. Sí. Salimos cuatro gatos pero multiplicados, no clonados. Ese senador y el gobierno Santos deben estar buscando ratones para darnos. Ojalá sean bien alimentados porque los cientos de miles de gatos sin botas somos ciudadanos de buena voluntad que queremos la paz, pero no la que proponen las Farc y el Eln.

Los cientos de miles de gatos sin botas marchamos porque nos duelen los niños que mueren por desnutrición en Guajira y Chocó, mientras en Palacio se ofrecen almendras, como si allí residiera la reina Isabel de Inglaterra y no unos bogotanos que se creen con sangre más azul que la del resto de colombianos.

Los cientos de miles de gatos sin botas que marchamos no eran todos del Centro Democrático, aunque hubo miles de aplausos para el ex presidente Uribe, líder indiscutible, no en Antioquia, su tierra montañera, sino en todos los rincones de Colombia. Por algo será. ¿No?

En Medellín hubo drones que permitieron hacer un cálculo del número de gatos sin botas que se volcaron a las calles. Bien pudieron ser 250 mil.

En la Plaza de las Luces hubo una tarima y a ella subieron trabajadores del sector salud, descontentos por la manera como los tratan y porque les duelen los pacientes que no pueden curar porque hay un sistema al que parece no importarle que mueran colombianos que pudieron haber vivido.

Subieron representantes de quienes nos opusimos a la venta de Isagén, porque jamás se debió perder el control estatal y porque percibimos que el dinero de la venta no va para las vías llamadas 4G sino para tapar el déficit fiscal que agrandó una administración nacional que consideramos mala.

A dicha tarima subieron a hablar indígenas que ven vulnerados sus derechos y pisoteada su cultura por los grupos violentos y por una élite palaciega.

Subieron también representantes de las familias que no han vuelto a saber de sus seres queridos que fueron secuestrados por los guerrilleros que ahora dialogan con un gobierno que percibimos débil, al que ya le midieron el aceite.

Subieron militares de la reserva activa en representación de los militares y policías que no pueden estar de acuerdo con que los igualen con personas que han cometido delitos de lesa humanidad y violatorios del DIH. Y, peor: que, según lo que sabemos, van a seguir en cárceles mientras los narcoguerrilleros gozarán de impunidad.

En la tarima bailaron los jóvenes al son de una bella canción compuesta por paisas para que nos la aprendamos y cantemos en las futuras marchas. No maullaremos a pesar de ser gatos sin botas.

No. Somos gatos civilizados que sabemos cantar y bailar, porque, como cantaba Celia Cruz, “esta vida es un carnaval”. Celia, la misma que no aguantó el régimen dictatorial de los hermanos Castro y salió de Cuba, su querida patria, para cantarle al mundo y a sus hermanos presos en una isla de la cual muchos intentan volarse buscando mejores horizontes.

A la tarima subieron algunos de los que sufren persecución por una justicia injusta, politizada y que prejuzga.

Subieron quienes llevaban las imágenes y nombres de quienes están pagando penas por delitos no cometidos, acusados por personas encarceladas que hablan en su contra para lograr una rebaja de penas. Penas merecidas porque han cometido delitos graves.

Definitivamente creo que la delación es un mecanismo injusto que ha permitido que en Colombia haya justos en las cárceles y bandidos en las calles.

Marchamos los cuatro gatos y más a quienes nos duele que Colombia sea otra vez el primer productor de hoja de coca del mundo y el mayor procesador de dicha hoja para no sólo inundar las calles del planeta y satisfacer drogadictos extranjeros sino para enviciar a los niños colombianos.

Marchamos los cuatro gatos y más que nos oponemos al micro tráfico en las calles del país y a la dosis mínima que acaba las mentes de millones de niños, los vuelve criminales que drogados matan, no sienten dolor. Dosis que destruye hogares y pronostica un negro futuro para millones de colombianos.

Marchamos los cuatro gatos y más que no estamos de acuerdo con el aborto ni con la ampliación del permiso para abortar hasta los seis meses de gestación, último “regalito” que nos dejó el Fiscal Montealegre. Él estará alegre, no en el monte sino en Alemania. Pero aquí en nuestra patria seguiremos gritando por esos niños que no pueden gritar y que son seres humanos distintos a sus mamás. Éstas son el regazo interno mientras los bebés pueden salir a convivir en el mundo. Un mundo que queremos mejor, en donde la vida, en todas sus etapas, se respete.

Salimos cuatro gatos y más para pedir que en Colombia haya una paz digna, construida sobre valores humanos que nunca debieron olvidarse, con seguridad física y jurídica. Con inversión nacional y extranjera que transfiera conocimiento y pague impuestos en Colombia.

Y repito lo que tantas veces he dicho: Salimos a marchar cuatro gatos y más que queremos un equilibrio de poderes, dentro de un Estado Social de Derecho, con una amplia clase media, fruto de una descentralización que lleve los servicios de vivienda, salud, educación, trabajo y recreación a cada región de Colombia para que haya igualdad de oportunidades para todos, en todos los rincones del país.

En el pasado ha habido muchas marchas y habrá más. Recuerdo las del “No más”, en octubre de 1999 convocadas por la Fundación País Libre, liderada por Francisco Santos, de los Santos buenos que sufrió el secuestro y no quiere que nadie más lo sufra. También habrá “cacerolazos” porque la inflación se comió el salario mínimo y los pobres son los que más sufren y se impone la solidaridad.


¡Qué vivan los cuatro gatos sin botas que seguirán maullando hasta que Colombia recupere el rumbo perdido! 

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