La marcha de los cuatro gatos
AnaMercedes Gómez Martínez
Contra viento y marea, el sábado dos de abril
marchamos cientos de miles de colombianos para demostrar nuestro descontento
con las políticas y ejecutorias del gobierno de Juan Manuel Santos.
Contra viento y marea porque hubo personas
cercanas a La Casa de Nariño que, irresponsablemente, nos tildaron de neonazis
o de fascistas, sin medir las consecuencias que podía traer semejante
sindicación.
Contra viento y marea porque dijeron que la
bacrim que se autodenomina “Clan Úsuga” iba a disparar contra quienes marcharan.
Debió haber unas pocas personas que por miedo se quedaron en sus casas.
El miedo es respetable. Pero no fue,
precisamente, lo que se vio en los cientos de miles que salimos a la calle
llenos de patriotismo y deseo de construir un país digno para los niños de hoy
y de mañana.
No faltó el senador despistado que dijo que
saldrían cuatro gatos. Sí. Salimos cuatro gatos pero multiplicados, no clonados.
Ese senador y el gobierno Santos deben estar buscando ratones para darnos.
Ojalá sean bien alimentados porque los cientos de miles de gatos sin botas
somos ciudadanos de buena voluntad que queremos la paz, pero no la que proponen
las Farc y el Eln.
Los cientos de miles de gatos sin botas
marchamos porque nos duelen los niños que mueren por desnutrición en Guajira y
Chocó, mientras en Palacio se ofrecen almendras, como si allí residiera la
reina Isabel de Inglaterra y no unos bogotanos que se creen con sangre más azul
que la del resto de colombianos.
Los cientos de miles de gatos sin botas que
marchamos no eran todos del Centro Democrático, aunque hubo miles de aplausos
para el ex presidente Uribe, líder indiscutible, no en Antioquia, su tierra
montañera, sino en todos los rincones de Colombia. Por algo será. ¿No?
En Medellín hubo drones que permitieron hacer
un cálculo del número de gatos sin botas que se volcaron a las calles. Bien
pudieron ser 250 mil.
En la Plaza de las Luces hubo una tarima y a
ella subieron trabajadores del sector salud, descontentos por la manera como
los tratan y porque les duelen los pacientes que no pueden curar porque hay un
sistema al que parece no importarle que mueran colombianos que pudieron haber
vivido.
Subieron representantes de quienes nos opusimos
a la venta de Isagén, porque jamás se debió perder el control estatal y porque
percibimos que el dinero de la venta no va para las vías llamadas 4G sino para
tapar el déficit fiscal que agrandó una administración nacional que
consideramos mala.
A dicha tarima subieron a hablar indígenas que
ven vulnerados sus derechos y pisoteada su cultura por los grupos violentos y
por una élite palaciega.
Subieron también representantes de las familias
que no han vuelto a saber de sus seres queridos que fueron secuestrados por los
guerrilleros que ahora dialogan con un gobierno que percibimos débil, al que ya
le midieron el aceite.
Subieron militares de la reserva activa en
representación de los militares y policías que no pueden estar de acuerdo con
que los igualen con personas que han cometido delitos de lesa humanidad y
violatorios del DIH. Y, peor: que, según lo que sabemos, van a seguir en
cárceles mientras los narcoguerrilleros gozarán de impunidad.
En la tarima bailaron los jóvenes al son de una
bella canción compuesta por paisas para que nos la aprendamos y cantemos en las
futuras marchas. No maullaremos a pesar de ser gatos sin botas.
No. Somos gatos civilizados que sabemos cantar
y bailar, porque, como cantaba Celia Cruz, “esta vida es un carnaval”. Celia,
la misma que no aguantó el régimen dictatorial de los hermanos Castro y salió
de Cuba, su querida patria, para cantarle al mundo y a sus hermanos presos en
una isla de la cual muchos intentan volarse buscando mejores horizontes.
A la tarima subieron algunos de los que sufren
persecución por una justicia injusta, politizada y que prejuzga.
Subieron quienes llevaban las imágenes y
nombres de quienes están pagando penas por delitos no cometidos, acusados por
personas encarceladas que hablan en su contra para lograr una rebaja de penas.
Penas merecidas porque han cometido delitos graves.
Definitivamente creo que la delación es un
mecanismo injusto que ha permitido que en Colombia haya justos en las cárceles
y bandidos en las calles.
Marchamos los cuatro gatos y más a quienes nos
duele que Colombia sea otra vez el primer productor de hoja de coca del mundo y
el mayor procesador de dicha hoja para no sólo inundar las calles del planeta y
satisfacer drogadictos extranjeros sino para enviciar a los niños colombianos.
Marchamos los cuatro gatos y más que nos
oponemos al micro tráfico en las calles del país y a la dosis mínima que acaba
las mentes de millones de niños, los vuelve criminales que drogados matan, no
sienten dolor. Dosis que destruye hogares y pronostica un negro futuro para
millones de colombianos.
Marchamos los cuatro gatos y más que no estamos
de acuerdo con el aborto ni con la ampliación del permiso para abortar hasta
los seis meses de gestación, último “regalito” que nos dejó el Fiscal
Montealegre. Él estará alegre, no en el monte sino en Alemania. Pero aquí en
nuestra patria seguiremos gritando por esos niños que no pueden gritar y que
son seres humanos distintos a sus mamás. Éstas son el regazo interno mientras
los bebés pueden salir a convivir en el mundo. Un mundo que queremos mejor, en
donde la vida, en todas sus etapas, se respete.
Salimos cuatro gatos y más para pedir que en
Colombia haya una paz digna, construida sobre valores humanos que nunca
debieron olvidarse, con seguridad física y jurídica. Con inversión nacional y
extranjera que transfiera conocimiento y pague impuestos en Colombia.
Y repito lo que tantas veces he dicho: Salimos
a marchar cuatro gatos y más que queremos un equilibrio de poderes, dentro de
un Estado Social de Derecho, con una amplia clase media, fruto de una
descentralización que lleve los servicios de vivienda, salud, educación,
trabajo y recreación a cada región de Colombia para que haya igualdad de
oportunidades para todos, en todos los rincones del país.
En el pasado ha habido muchas marchas y habrá
más. Recuerdo las del “No más”, en octubre de 1999 convocadas por la Fundación
País Libre, liderada por Francisco Santos, de los Santos buenos que sufrió el
secuestro y no quiere que nadie más lo sufra. También habrá “cacerolazos”
porque la inflación se comió el salario mínimo y los pobres son los que más
sufren y se impone la solidaridad.
¡Qué vivan los cuatro gatos sin botas que
seguirán maullando hasta que Colombia recupere el rumbo perdido!
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