miércoles, 1 de junio de 2016

Más allá de las marchas:
¡Cómo hace de falta Don Guty!

AnaMercedes Gómez-Martínez

Como el año próximo se cumplen en nuestro país sesenta años de la caída del dictador Rojas Pinilla, me parece pertinente recordar los actos que llevaron a que él dejara el poder.

Han pasado tres generaciones y la mayoría de quienes nacieron en ese lapso no tienen ni idea de lo que ocurrió.

El General Gustavo Rojas Pinilla llegó al poder apoyado por los dos partidos tradicionales en un momento crítico de la vida nacional. El presidente, Laureano Gómez, había encargado de la presidencia al doctor Roberto Urdaneta Arbeláez. Era el 13 de junio de 1953.

El país todavía sufría los rezagos de la llamada Violencia Política, unos años absurdos en los que reinaba la intolerancia y los conservadores extremistas mataban a los liberales, y los liberales radicales mataban a los conservadores. Unos y otros lo hacían por fanatismo ideológico.

Colombia vivía el terrible absurdo de asesinarse unos a otros por pensar distinto.

Los conciliadores de ambos lados sufrían el embate criminal de sus propios copartidarios.

Estallaron las primeras bombas en Medellín. Una, en la casa del doctor Alberto Jaramillo Sánchez, el más destacado conciliador entre los liberales. Y otra, en nuestro hogar, pues los extremistas conservadores, o godos, no aceptaban que Fernando Gómez Martínez, mi padre, dijera una y otra vez que matarse por política era un absurdo.

Además, no le perdonaban el salirse de la directriz oficial de su partido y haber votado Sí a la Reforma del Concordato de 1942. Decía él que uno no podía ser “más papista que el Papa”.

Por todo esto lo llamaban “patiamarillo” en política y en religión. Y tronaban algunos medios y uno que otro púlpito. Era, pues, un hombre incómodo para la Colombia del Siglo XX.  

Sé que la bomba en mi hogar fue puesta por los godos, pues su autor material fue, unos años después, donde mi padre para que lo perdonara.

Al no saber mi padre de qué lo debía perdonar, pues jamás había visto esa cara, le preguntó al señor al respecto y éste le contestó que era un joven Policía y se dejó comprar por unos pesos. Que la orden era matarlo.

Mi padre le preguntó quiénes eran los autores intelectuales del crimen, y el señor le dijo que el ala más radical del conservatismo antioqueño.
Esta historia que tiene un bello y humano final será motivo de alguna otra columna.

Pero volvamos al tema de la caída de Rojas Pinilla. Resulta que él empezó bien su gestión, pero como el poder engolosina, se convirtió en un dictador. Ya exigía que le llamaran Jefe Supremo y amplió su mandato sin el voto popular. Mientras tanto censuraba a la prensa y les hacía la vida imposible a quienes consideraba sus enemigos.

La situación reunió a prácticamente todos los estamentos de la sociedad colombiana bajo el liderazgo del Presidente de la Andi, que en ese tiempo tenía sede en Medellín. Me refiero al doctor José Gutiérrez Gómez, Don Guty. Tío abuelo del actual ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas Santa María, que resultó bien distinto a su pariente. Pero la línea Cárdenas Gutiérrez y Cárdenas Santa María merece otro artículo, que algún día será escrito.

Pues el doctor José Gutiérrez Gómez lideró el paro general de la industria. También se paralizaron el comercio y la banca. Los estudiantes dejaron de ir a las universidades y colegios y ayudaban a la estrategia que era sacar de su puesto al atornillado Dictador.

El país entero apoyó el paro general y prolongado. Los medios no temieron las represalias. Los industriales y comerciantes prefirieron dejar de ganar con el fin de alcanzar un bien mayor: que se acabara la dictadura. Los estudiantes organizados pasaban la voz y los comunicados. Y las personas del asfalto apoyaron la parálisis.

Ante esta situación, el Jefe Supremo no tuvo de otra que entregar el poder a una Junta de cuatro Generales y un Contraalmirante y salir del país el 10 de mayo de 1957.

La gente se volcó a las calles a festejar. El gobernador de Antioquia, el militar Gustavo Quintero Santofimio, sacó a la tropa para que disparara. Hubo muertos, pero el pueblo no se doblegó. Tuvo que abandonar la Gobernación por órdenes superiores.

En1956 se reunieron en España el ex presidente Laureano Gómez Castro y el liberal Alberto Lleras Camargo y firmaron la Declaración de Benidorm. En 1957 ambos firmaron el Pacto de Sitges.

Basados en él, se creó el Frente Nacional para trabajar unidos por volver al orden democrático. Hubo paridad en el Congreso y alternancia de la presidencia por diez y seis años, como mecanismos para lograrlo.

De este modo, Colombia dejó atrás la violencia política. Sin embargo surgieron las guerrillas actuales y, como respuesta, las autodefensas.

Hubo relativa paz, pero, lo que fue bueno para el mundo, tuvo consecuencias nefastas para Colombia: Al colapsar la URSS, Cuba dejó de tener ayuda, lo mismo que las guerrillas colombianas.

Por tal motivo surgieron las alianzas con el narcotráfico para actos terribles. El preámbulo fue el Holocausto del Palacio de Justicia, en noviembre de 1985.

Para financiarse, las guerrillas recurrieron al secuestro extorsivo, sumado al político, y a la siembra y procesamiento de la hoja de coca.

Para comercializar la cocaína se unen guerrillas y bandas criminales. El panorama hoy es sombrío:

El narcotráfico ya prácticamente es delito conexo con el político. Y lo acordado y por acordar en La Habana -y seguramente con el Eln- tendrá rango supraconstitucional.

Para ello se apoyan en el Artículo Tercero, común a los dos Acuerdos de Ginebra que sólo debe referirse al Derecho Internacional Humanitario, DIH.

Como lo han dicho muchos, pero resalto al Procurador General de la Nación, esto es un golpe de Estado.

Todos los colombianos queremos la paz, pero dentro del Estado de Derecho, sin impunidad, (aceptamos penas mínimas, pero privativas de la libertad para quienes han cometido delitos de lesa humanidad). No aceptamos que estas personas no entreguen sus armas y puedan llegar al Congreso u otro cargo público. Para los guerrilleros rasos, toda la generosidad.

Queremos una justicia proba y para nada politizada. Quizás el Ministro de Defensa deba volver a ser un miembro de las Fuerzas Armadas para erradicar la politización de este ministerio.

No queremos que egos inflados permitan que a Colombia la atenacen las llamadas Zonas de Reserva Campesina. Ni que las pautas las den los guerrilleros en acople perfecto con esa élite bogotana que popularmente ha sido llamada “los guerrilleros del Chicó”.

Tampoco queremos que en estas zonas no pueda estar la institucionalidad. Ni un centímetro de Colombia debería estar por fuera de ella, como pasa ahora en el Catatumbo y lo ha dicho con claridad la valiente periodista Salud Hernández-Mora.

Habrá firmas y más marchas, pero eso no basta. Quizá necesitemos un José Gutiérrez Gómez del Siglo XXI para que erradique de Colombia, con la ayuda de personas influyentes y valientes, el obsoleto Socialismo del Siglo XXI inspirado en los hermanos Castro y en Hugo Chávez, el que fue el nuevo mejor amigo del inquilino de la Casa de Nariño.


¿Será posible?

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