Israel no es un milagro (4)
Jerusalén, la ciudad de ciudades.
Texto: AnaMercedes Gómez Martínez
Fotos: https://www.haimtogo.com/
No voy a escribir sobre la historia de
Jerusalén. No estoy preparada para hacerlo. Son tres mil años. “Jerusalén, La
biografía”, un libro de 853 páginas del varias veces galardonado escritor Simón
Sebag Montefiore es una historia magistral. Retomo las palabras que encontré en
la contraportada de la edición en castellano de dicho libro, hecha por
Editorial Crítica, de España:
“Jerusalén es, a la vez, un centro de poder
político, el objetivo de mil batallas, conquistas y destrucciones a lo largo de
los siglos, la ciudad santa de tres religiones y el lugar destinado a ser el
escenario del Juicio Final profetizado por El Apocalipsis.
Simón Sebag Montefiore ha logrado el prodigio
de evocar sus tres mil años de historia, contados a través de las vidas de
quienes los protagonizaron en una nómina que incluye políticos, conquistadores
o profetas, de Salomón a Lawrence de Arabia, pasando por Abraham, Jesús o
Mahoma, por Saladino, los cruzados, Suleimán el Magnífico o Winston Churchill,
sin olvidar a la infinidad de hombres y mujeres comunes que han vivido, amado,
sufrido o luchado en sus calles. Antony Beevor ha dicho: ‘El libro de
Montefiore, lleno de episodios fascinantes, y en ocasiones horribles, es un
sobrecogedor relato de guerras, traiciones, masacres, violaciones, fanatismo,
torturas sádicas, pugnas, persecuciones, corrupción, hipocresía y
espiritualidad…Un relato objetivo, fiel y conmovedor’.
Leí el libro en su totalidad y lo recomiendo.
Voy, sí, a comparar la Jerusalén que vi en 1966
con la Jerusalén de 2019.
En 1966, un año antes de La Guerra de los Seis
Días, Jerusalén estaba dividida en dos: Una parte pertenecía al Estado de
Israel, y la otra, a Jordania, cuyo rey era Hussein, el padre del actual monarca
jordano.
Llegamos a Jerusalén en carro, procedentes de
Tel Aviv. Recuerdo que era una vía más bien angosta, como la gran mayoría de
las carreteras actuales del departamento de Antioquia.
¡Cómo lamento hoy que en ese momento no
existieran las maletas de rueditas! Llegamos a la Jerusalén israelí. Nos tocó
bajarnos del carro, tomar nuestro equipaje, pasar por una zona neutral -entre
alambradas- y llegar a la frontera jordana, hacer el proceso de inmigración,
presentar pasaportes. En ese momento, los lugares santos quedaban en territorio
jordano, como también nuestro hotel.
Ya instalados, salimos a recorrer la Vía
Dolorosa, la que recorrió Jesús de Nazareth. ¡Qué desorden! Era un mercado
abierto en donde le ofrecían a uno carne, dátiles, dulces y cachivaches. Hoy,
esta misma vía está mucho más organizada y limpia. Se pueden ver con facilidad
las estaciones que hizo Jesús en su camino hacia el calvario, el lugar donde
fue crucificado.
El sitio de la Crucifixión, una roca, y el
sitio del Santo Sepulcro, se ven casi igual a como se veían en 1966. Hay más
facilidades para el recorrido, pero sigue custodiado por los mismos: Ortodoxos Griegos,
Ortodoxos Armenios y Católicos Latinos, (franciscanos). Pero también hacen
presencia las iglesias Ortodoxa Siria, la Etíope Ortodoxa y Copto Ortodoxa. Lo
nuevo es que la seguridad es de la Policía israelí. La puerta para entrar a
estos lugares santos la abre un musulmán.
La llave le fue entregada a la familia Al
Husseini por Saladino, Sultán de Egipto y Siria, para evitar que dichos lugares
fueran nuevamente destruidos por otros musulmanes. Saladino les arrebató
Jerusalén a los cruzados en 1187.
Pero durante la primera mitad del siglo XX
también hubo conflictos por el dominio. Obviamente que no como durante los de
los diecinueve primeros siglos de la Era Cristiana. En ese largo tiempo, el
dominio incluía la destrucción de lo hecho por los derrotados, y construcción
según los cánones de los vencedores, llámense romanos, cruzados, otomanos,
armenios, georgianos…
En 1966, los lugares santos podían ser
visitados por los musulmanes y los cristianos, pero no por los hebreos e
israelíes. Quienes tampoco podían ir al muro occidental del antiguo templo, el
único que quedó después de la quizá peor de las destrucciones. Este es el
llamado Muro de los Lamentos o las Lamentaciones.
La emoción de orar en el Muro de Los Lamentos. Ver
papelitos en ranuras del Muro.
Hoy en día podemos ver a los
judíos, y personas de otras religiones, orando en este muro e introduciendo en
las ranuras, entre piedra y piedra, sus mensajes escritos en papelitos. Esta
tradición, de miles de años, se repite hoy en el que es tal vez el muro más
famoso de la historia humana.
Jerusalén, creo, fue y es LA CIUDAD DE CIUDADES.
Es la ciudad sagrada, la ciudad llena de energía, que atrae al mundo entero.
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